Escribí sobre cómo me contagiaba la libertad de la pintura hace un año, después de leer a Clarice Lispector, o mejor, después de beber de su Agua viva. Esta escritora supo poner en palabras lo que yo siento al tomar un pincel: libertad. No porque lo haya dicho con una frase explícita, sino porque lo pintó con su escritura. Me hizo ver.
Y por fin, llegó mi turno de hacerme cargo de mi libertad. De regalármela.
Cuando pinto me vuelvo una con los movimientos tan plásticos que tiene el pigmento mezclado con el no sé qué que lo hace acrílico. Quizá debería averiguarlo o quizá no importe nada.
Pintar es tocar la libertad. Pintar es hacer la libertad. Pintar es libertad.
Creo que todo tomó forma, ¿o al revés? Quizá todo empezó a de-formarse cuando empecé a pintar mis manos. Tomarme fotos. Posar ante la cámara. Dejar de lado la utilidad y la función que cumplen. Abrir los puños apretados y dejarlos bailar.
El baile como inicio del juego. La libertad que se liga a los movimientos del cuerpo cuando no se miden, cuando no se ven, cuando no se juzgan. Cuando se mueve algo para ser. Enamorarme del acrílico. Querer explorarlo más. Probar los distintos tipos de rojo y buscar en sus tonalidades. Un nuevo atisbo de libertad: el descubrimiento de los rosas. Probar lo que pasa al cambiar de pincel. Mancharme mientras pinto. Mis manos.
Estas partes de mi cuerpo que me permiten crear. Pintar el puente entre mi cabeza y mi realidad. Pintar mi mano pintando. Pintar mis manos bailando. Pintar lo deforme. Pintar una pequeña parte de mí. Pintar sus movimientos. Pintar el juego frente a la cámara. Mover los dedos sin ninguna renuencia. Posar con las manos. Mirarlas como entes propios que contienen otros entes que a su vez contienen otras marcas que quieren ser miradas. Pintar las no huellas de mis dedos pulgar e índice por la dermatitis que tuve. Girar el anular para volverlo todo más raro. Estirar el (dedo) corazón para ir a lo más alto siempre. Pintar la soltura del meñique. Mirar lo que creo cuando pinto con mis manos. Crear el principal instrumento de mi creación. Hurgar en lo táctil mediante el movimiento. Mover lo táctil en mí. Para crear.
“No sé por qué estoy pintando manos”, me llegué a decir en un momento. Supongo que fue porque me cansé un poco de algo que parecía repetitivo. Pero, no. En cada nueva pintura descubro un nuevo rasgo de mí. No porque sean mis manos las que están pintadas, sino porque voy viendo mis pinceladas. Y siento que reflejan el movimiento de la búsqueda. Del deseo. El baile de mi libertad.